Brahms: El Niño II

Existen cosas que no son lo que parecen, ideas que se nos presentan de tal manera que nos llevan a sacar conclusiones apresuradas; sin tomar en cuenta que puede haber una historia aún más grande detrás. En 2016 conocimos a Brahms, un muñeco de porcelana bastante perturbador, pero no tanto como el misterio que se escondía detrás de él.

Brahms (el muñeco) no sólo era el juguete favorito del hijo de la familia Heelshire. Sino que se convirtió en el medio de comunicación de Brahams Heelshire, un hombre que se mantuvo oculto por años, viviendo en las paredes de una casa y pretendiendo darle vida al muñeco. Esa historia no terminó tan bien, pero aún había más.

La segunda película nos sitúa, pocos años en el futuro. En la que el joven Jude decide dejar de hablar tras un trauma ocasionado por un intento de robo a su hogar. Después de algunos meses, su familia decide mudarse a un nuevo hogar, en el que sorpresiva, al igual que desafortunadamente; Jude se encuentra con Brahms, y cuál sería la sorpresa de la familia al ver que su hijo comienza a interactuar con el muñeco.

Al ver ese gran avance, la familia decide conservar al muñeco. Pero Jude comienza a hacer un lazo cada vez más fuerte y perturbador con Brahms. Pareciera que el muñeco comienza a decirle las reglas que quiere que se vivan dentro de la casa y comienza a actuar por si mismo.

En esta película descubrimos que Brahams, no sólo era el medio de comunicación de un hombre que se volvió loco, sino que a través de muchos años y generaciones este muñeco de porcelana ha traído dolor y muerte con su presencia. Cada minuto se va convirtiendo en una carrera contra lo desconocido, en la que las posibilidades de salir ilesos son mínimas.